NOTAS DE DIRECCIÓN


Cuando era niña siempre decía que quería ser escritora pero “famosa, como mi abuela”. Escribía cuentos y se los leía a ella para saber qué le parecían.
Recuerdo que me gustaba mirarla porque siempre iba muy elegante y en cada reunión que había en la casa, atraía la atención de todos.
Cuando crecí me fui distanciando de ella. Nunca quise leer ninguno de sus libros y los fui acumulando sin atreverme ni siquiera a hojearlos.
En el año 2008, cuando ella tenía 97 años, viajé a Chile después de haber estado viviendo algunos años en el extranjero. Estaba haciendo un documental sobre su hija, mi tía Sybila Arredondo y quería conocer su testimonio. Cuando llegué me di cuenta de que mi abuela ya no recordaba muchas cosas y que sería difícil hablar con ella sobre lo que le había pasado a mi tía. Sin embargo, seguí yendo cada tarde a visitarla y seguí grabándola sin ninguna idea concreta.
Un año después de ese viaje, mi abuela falleció y me puse a revisar el material de esos días que pasamos juntas. Pensé que los encuentros que tuvimos esos días eran los recuerdos más queridos que tenía de ella, y quise hacer algo con ellos.

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